de trashumantes escritores ó hacedores de diarios de viaje
por Guido Arroyo González
Jorge Luis Borges afirma en un ensayo, cuyo título y sitio dónde lo leí he olvidado, que la única manera que poseemos para descubrir que Las mil y una noches fue escrita por un Hebreo, es que en el libro no se menciona de manera relevante la presencia de los camellos cada media carilla. Esta deducción, que puede parecer un simplismo humorístico del argentino1, cobra hondura cuando le damos una vuelta al asunto. A lo que se refiere en el fondo, es en la capacidad de asombro que todo extranjero, que todo peregrino, viajero, siente al enfrentarse con elementos naturales, culturales, artificiosos, que no a aprehendido desde su mocedad. La mera mención de éstos demuestra primeramente, que aún existe en el viajante que es y no es el autor, la sensación de asombro, por mínima que ésta sea, pero que a su vez existe una actitud reivindicativa del lugar desde cuál escribe, o por lo menos descriptivamente aclaratoria.
Carlos Pezoa Véliz, triste poeta de comienzo de siglo que vivió hasta los veintiocho años, es la figura en la cual recae la visión de muchos críticos que lo han situado como un antecesor de Parra y su antí – poesía (eso que eres tú). Aquella interpretación se puede deber a que éste desdeñara ciertos tics del modernismo de Darío, o también se puede deber a que fue el primer poeta “culto” chileno en mencionar las palabras2: pequén, michicumas, longaniza o el Mercurio, y para remate todas juntas en un poema: Vida de Puerto. La sola mención de esos vocablos, en un ambiente poético que se debatía entre el modernismo y el siútico manierismo alienado de la áspera realidad chilena, le costaron a Pezoa un ninguneo general por sus pares, a quienes peló hasta el hartazgo de muchos modos. Pero cuál era el objetivo de Pezoa, porqué se refería a la cotidianidad del puerto, era él realmente un habitante del puerto… Mi impresión es que no lo era, si hubiera sido aquella realidad no cobraría ninguna trascendencia poética. Su necesidad, así como la necesidad de tantos otros por remitir a folcklorismos clichés, es la de dar cuenta de su extranjería o, en un último y maquiavélico caso, impostar un sujeto poético que queriendo pasar gato por liebre escribe como cree escribiría un ente de alguna etnia, raza o país…
Muchos autores (quizá todos) viven metafóricamente exiliados y desean el arraigo aunque éste sea quimérico, es decir, situarse en una plataforma desde la cuál escribir y desde la que el lector puede suponer de antemano lo que (qué) escupirá la pluma. Ahora bien, la condición de extranjería, en algunos casos, no supone una impostura o una agobiante presión de arraigo. El excepcional poeta chino: Li-Po, de quién se decía que era Un inmortal exiliado en la tierra3, asegura en su poema En la montaña, respuesta para un hombre vulgar, que él vivía en las montañas verdes y que su mundo, su realidad, no pertenecía a la de los hombres. Li – Po fue un genuino trashumante, un borracho empedernido, un hombre que aún en su exilio en Yeh – Lang no sufrió su extranjería sino la inseguridad de no tener noticias de su esposa. Es por ello que en su poesía las Montañas y la Luna no llaman la atención por ser parte de un paraje mítico e inaccesible, sino conforman un ambiente natural donde el poeta se sitúa desde antes de comenzar su escritura. El escritor Emilio Salgari (1862 – 1911), famoso por sus novelas de aventuras ambientadas en exóticos parajes como Malasia, India y el Mar Caribe, nunca salió de su ciudad natal: Verona, y se cuenta que casi nunca salía de su estudio, cuyas paredes estaban adornadas con mapas y sus estanterías repletas de un sin fin de enciclopedias que utilizaba, rayano con el plagio, para narrar las aventuras de sus corsarios. Salgari demuestra que aparentemente no es necesario viajar para narrar historias, que no es necesario ser parte de algún paraje para escribir de esta o aquella manera. Ahora bien, cuando lo releemos, no con la tierna mirada de sorpresa infantil, rápidamente nos aburrimos de sus aventuras que se tornan predecibles y falaces. Li-Po en cambio, es inagotable, pues sentimos la epifanía de descubrir mediatizada por su epifanía que es genuina porque es un genuino peregrino. El vate “fronterizo” Jorge Teillier, solía poetizar su infancia ocurrida en un pueblo moribundo que procuraba transformar en mítico. Es interesante que éste escribiera desde un asfixiante Santiago donde Nadie (en especial los poetas) sabía lo que era poner su cara al viento frente a un trigal. Esto nos afirma su condición de extranjero sedentario, puesto que su escritura se proyecta desde el anclaje a una cotidianidad abrumante, lo que gatilla su continuo peregrinar hacia ese pueblo de manos cortadas en que habitan sus ex compañeros, fantasmas borrachines que soñaban que algún día serán alcaldes. Ahora bien, creo que esos retazos vivénciales, que dan cuenta de un trasfondo cultural, no deben delimitar a un autor. Y en delimitar me refiero a lo fronterizo, a entender que la condición patria es realmente un factor de su escritura.
Hace algunas semanas discutía con algunos amigos sobre la posible chilenidad de Roberto Bolaño. Creo, y se me acaba el espacio para fundamentar, que es irrisorio afirmar que por que un tipo habitó considerables años en un país, siga perteneciendo a éste a pesar de que los parajes de sus narraciones se transforman en toda Latinoamérica y Europa. Bolaño escribe como extranjero autodesterrado, la maravilla de sus relatos es que pareciese que conoce de memoria las humeantes calles de Tel – Aviv o D.F, y no como si estuviese leyendo una enciclopedia o mirando un mapa. Él no entiende la realidad como chileno, si la entendiese así hubiera procurado detallar de manera grandilocuente la felación que le infieren en Acapulco, o magnificado de manera cliché las planicies desérticas de Sonora, en cambio, prefiere hablar de escritores o boxeadores veteranos, co-habitar por instantes los espacios yacientes de ciudades fantasmales que nunca podrán ser su ciudad…
Corolario de un artículo que parece apunte de viaje: El poeta y el escritor suelen y deben ser extranjeros trashumantes, mientras más lejos se hallen del arraigo mayor hondura cobrará su obra.